"VIVIENDO EN EL PAÍS DE LAS PULGAS BRAVAS" (biografía médica).



Autor: Jorge Benjamín Mejías Acosta.
Derechos Reservados.

Nota:
Con un estilo sencillo, informativo y directo, esta biografía médica está dirigida a todos los ciudadanos con vergüenza en la cara en el planeta.


"En el País de las pulgas bravas está prohibido hablar mal de ellas"

Siempre fui un soldado de Cristo en importantes iglesias evangélicas con grandes orquestas, las cuales promovían una misión vanguardista y auténtica. En ellas, era ministro y director musical.

Ingresamos al ecuador por Quito en el 2001 e inmediatamente nos establecimos en Ibarra.

Tenía como propósito compartir mis experiencias con los colegas ecuatorianos.
En el 2003 fuimos hasta Pasto, Colombia, para lo del piano. Allí compré el piano Yamaha en 1500 dólares, el estuche me costó 100 dólares adicionales. 

Recuerdo lo contento que me sentía: era un estuche original de color negro, confeccionado con fibras de algodón...

Ya para el 2005 nos establecimos en Quito. Dejamos atrás: una academia de música y muchos amigos.

Me alojaron como correspondía: era el máster académico, encargado de elevar el nivel de los músicos de todas las iglesias quichua del centro del país; cientos de ellos. 

Algunos me seguían como si fuera un mesías... Creo que no estaban equivocados. Realmente, tenía en mi currículum dos postgrados de la Berklee.

Mi especialidad era la composición orquestal. Conocía con profundidad la música; y para los músicos "eso era pan de vida". Clases de armonía, composición y arreglos; por eso al final todos aplaudían mis clases.

Con entusiasmo nos fuimos a evangelizar Quizapincha arriba, en Tiliví. En un poblado situado en las laderas del Chimborazo.
Allí, una pequeña Iglesia nos sirvió de alojamiento.

La pobreza era extrema: muchos perros y el 75% de la población marginada.
Chozas con piso de tierra, niños sucios y descalzos, rodeados de animales hambrientos. Estuve trabajando unos meses hasta cumplir lo acordado.

Regresamos a Quito. Esta vez, trabajamos en una iglesia del centro de la ciudad.

Una hermana cristiana nos ofreció posada; al parecer, gratis. La señora era de clase media, con dos varones adultos casados en Inglaterra y una modesta propiedad situada en una quebrada.

En la entrada, un departamento arrendado a una familia Manabita. La casa al centro. A continuación, un estrecho pasillo con un corral a la izquierda y un sembrado de maíz a la derecha. Al filo de la quebrada, un cuarto pequeño.

Al principio, nos parecía maravilloso el hecho de estar rodeado por la vegetación.
Después con el tiempo... descubrimos que se trataba de una trampa. ¡La naturaleza se nos vino encima!

El cuarto no tenía salida. Un monte nos acorralaba por el fondo; mientras que el maíz y los animales adornaban la entrada.

La vecina tenía: una perrita enferma, una gata y un escozor en la piel... que no había manera que se le quitara.

Ella era una experta en el regateo. Le compraba a los campesinos de la zona, gallinas baratas y enfermas.

Un día, con tres mil dólares, se largó para Inglaterra. Me había dejado encargado el cuidado de la propiedad.

Mis tareas eran rutinarias, básicamente consistían en:
1. Darle de comer a los animales.
2. Tomar café.
3. Sentarme a escribir en la computadora.
4. Tomar café.
5. Contestar las llamadas de algunos alumnos.
6. Bañarme.
7. Comer.
8. Salir.
9. Dar clases.
10. Regresar... abastecido de comida para una semana.
11. Sentarme a escribir en la computadora.
12. Ver DirectTV.
13. Dormir.

Estaba actualizado: conectado permanentemente con los mejores software del planeta.

Salía muy poco... lo más parecido a una beca de monje en el Tíbet.

Con todo el tiempo del mundo a disposición, era indiscutible, que mi mente de autista, había absorbido todo lo que un bibliotecario apasionado del estudio y la lectura podría absorber: computación, sistemas, programación, redes sociales, etc.

También dediqué tiempo para elevar mi nivel profesional:
Producción musical, cine, televisión, sociología, crítica social y artística, idiomas, etc.

Así estuve... hasta que de repente, un día, apareció mi vecina:
"Ya resolví lo de la residencia"... me dijo peinándose con la mano el poco cabello que tenía. Noté que ya no habían llagas en sus manos.

Abrimos la casa. ¡Todo estaba patas arriba y el olor era nauseabundo! La gata estuvo invitando a todos los machos del vecindario; y los llevaba, literalmente, directo a la cama.
¡Claro que por buena gente me tocó a mí meter las manos en aquella porquería!

Después, en las noches, la falta de aire era insostenible. ¡Me fui directo al hospital!
La Sra. y yo estuvimos saludándonos un par de meses; y se perdió... ¡No la vi más!

Regresé de nuevo a mí rutina diaria, con pequeños ajustes aquí y allá.
Cambié la dieta. Comencé a ingerir demasiadas cantidades de azúcar. Yo mismo cocinaba.

Aprendí del youtube como preparar flanes y natillas... no era un gran problema.

En esa época, estábamos los fines de semana en Latacunga, Saquisilí y Ambato.
Los muchachos, preocupados, no querían entrar en las aulas. En ellas, el olor a petróleo era insoportable... señal de que habían pulgas.

¡El fantasma del insomnio me estaba rondando; a tal punto, que tenía que dar las clases totalmente trasnochado!

La noche anterior preparaba las clases. La historia de Bruce Lee era mi favorita.
Pasaban la serie los sábados, sobre las 3 o 4 de la madrugada; después, se imponía antes de viajar un buen baño y una taza de café.

Al salir del baño, asombrado, notaba como cada poro de mis muslos estaban blancos e inflamados... ¡Cómo si quisieran explotar!

Entonces... en mi vida, poco a poco, todo cambió para mal.

Consecutivamente, sucedieron algunas cosas extraordinarias que permitieron que se estableciera la maldición en aquel lugar.

Primero: una mañana se posó una mosca verde sobre la mesa. La tomé con mucho cuidado y me picó.

Segundo: asesiné a una pareja de enormes arañas que abusaban de mi gentil compañía. Vivían arropadas en la cortina del cuarto.

Tercero: desterré a un sin número de babosas que navegaban con "desfachatez" por las paredes de mi habitación.

Tengo que confesar, que antes de estos sucesos, era tanta la soledad que me envolvía... que se me hacía necesario tener cierta conexión con los animales; sobre todo con los del corral.

Nos hicimos amigos de un conejo y de un gallo. Ambos comían de mi mano.
¡Las gallinas corrían hacia mí al sentir mi presencia!

Era maravilloso ver todo aquello. Ahí pude constatar algo increíble... que la inteligencia de los animales era superior a la del hombre.

Venían, desde pequeños, con un chip pre-diseñado para realizar tareas precisas.
No existía espacio para la indecisión: "todo era matemático y programado".

¡Cuán exactos eran al pillar un grano de arroz! ¡Con cuanto afecto me recibían!

Me enamoré tanto de los animales... que me olvidé un poco de mí.

Las drogas, nunca me llamaron la atención. Con un pensamiento autista, redundante, abstracto, pragmático y matemático... verdaderamente, no las quería, no las necesitaba.

Impartía el curso Berklee por internet, algunos músicos latinos y ecuatorianos me habían contactado.

Le compuse tres canciones al presidente Correa... tres producciones; la cuarta era una sinfonía, nunca la terminé.
¡No cobré por ellas un sólo centavo! ¡No les reclamé! Igual, no me iban a pagar.

Un tiempo después, por cuestión de segundos, vi a una tunga redonda y de color marrón saliendo con "autosuficiencia" de mi sistema urinario.

Entonces, los "bichos" comenzaron a molestarme. ¡Las picaduras eran intensas!

Sé que suena raro lo que voy a decir, pero... en aquella situación en que me encontraba, llegué a extrañar a las arañas y a las babosas.

Al principio pensé que era un problema local y manejable.

Compré todo tipo de productos en las veterinarias... y nada. El 99% de ellos no funcionaban.

Por último, llenaba la tina con vinagre y pasaba dentro de ella varias horas.

Las píldoras para dormir se hacían necesarias, imprescindibles. ¡El cerebro estaba en máxima alerta!

Noté que una de mis piernas estaba muy inflamada y drenando un fluido lechoso.
Tarde me di cuenta del mal estado de las maderas que conformaban el entre techo y el piso de aquel cuarto. Estaban agrietadas... totalmente. Con frecuencia, compraba "Maderol" y las pintaba.

Pasaba todo el tiempo fuera de aquel infierno... en el pasillo, entre el corral y el maizal. Saqué la computadora; solamente entraba para comer y dormir.

¡Ya no me acostaba en la cama, no confiaba en ella!

Me arrojaba encima de la mesa, sin cobijas; pero el frío me quemaba.

Me las arreglé con unas sacas de nailon. Las enfundaba de cinco en cinco para evitar el frío.

Dos grupos: a uno de los grupos le hice una abertura para la cabeza; el otro, para los pies.
¡Todo el dinero que tenía me lo gasté!

¡Ya cansado de tantas batallas perdidas, pinté el cuarto, recogí mis cosas y me desaparecí!

En un nuevo lugar sin muebles y sin dinero. Aún creía que los "bichos" se habían quedado atrás... Estuve "masticando" eso por un par de días.

Estaba ocupado haciendo gestiones "en los derechos humanos"; concretamente en el HIAS y en la ACNUR.

Ellos se preocupan "demasiado" por las situaciones comunes. ¡Los viejos cubanos y sin familia no clasificamos, no teníamos derecho a vivir!

Malas noticias... los "bichos" regresaron.
¡Ya estaban instalados dentro de mí!
Me mudé otra vez, tiré a la calle todo lo que puede. Me sostuvo la computación.
Sabía tanto, que algunos me llamaban "Ingeniero".

El nuevo local era un cuarto pequeño, pero me gustó... daba directamente a la calle.
Rápidamente instalé el piano Yamaha, la computadora y me puse a trabajar.

Diseñé una televisión basada en la plataforma XBMC. Con eso comía algo; realmente, una vez al día.

¡Tenía que ahorrar un poco de dinero e inventar algo para espantar a los bichos!

Ingenié un proyecto, consistía en lo siguiente:
Compré una tienda de campaña, dos lámparas de escritorio y una colchoneta. Las lámparas eran para calentarme.

Por una sola noche todo fue de maravilla. A la noche siguiente, noté alarmado como los "bichos" me picaban los pies por intervalos de pocos segundos. ¡Por la experiencia acumulada, sabía que venían de algún lugar!

Revisé en todas partes y no encontré el nido. De repente, miré el estuche negro del piano, estaba doblado en un rincón... abandonado.

Lo abrí con temor y observé... aparentemente estaba bien.
Me dejó con dudas, presentía algo... corrí hacia la caja de herramientas por una lupa y una linterna.
Revisé las costuras internas... ¡Por Dios allí estaban!

Eran una especie de cucarachas blancas de diferentes tamaños. Las mayores median un milímetro; las otras, de cinco a diez en un milímetro.

¡Con ganas de vomitar lancé el estuche hacía la calle!

Luego, la vida continuó su curso; seguimos jodiendo: yo y "las pulgas".

La falta de dinero era la tónica. Con la pérdida de sangre por las picaduras, se hacía necesario una buena alimentación.

Comía y dormía poco. Compraba en los mercados ultra informales, zapatos y ropa usada.

Me mudé por tercera ocasión. Dejé todo atrás. Viviendo en las calles, buscando ayuda y una respuesta.

Alguien me regaló una gorrita negra. Me cambié el nombre de "Ingeniero", por "Sparrows".

¡Sin querer, la vida me había convertido en un experto en "bichos"!
Por las repetidas picaduras, adquirimos la capacidad de identificar al sujeto, su tamaño y su "modus operandi".

Sabíamos que eran varios vectores que trabajaban al unísono y en equipo, con dos propósitos: existir y alimentarse de sangre.

En Cuba recibimos una herida de guerra producida por un "culatazo castrista".
La G2 me voló el parietal izquierdo; y desde entonces, una fea cicatriz adorna mi cabeza.

¡Es difícil de imaginar las estrategias que pueden llegar a utilizar algunos insectos parásitos con tal de salirse con la suya!
Recuerdo que allá en la "Colmena" padecía de unas fuertes migrañas y unos dolores espantosos de hemorroides.

También comenzaron unos dolores muy extraños dentro de mi cabeza.
La cicatriz de mi "herida de guerra" estaba inflamada. Sentía en la masa encefálica penetración, esporádicas picaduras y una sensación de ardor conocida.

Esta vez fui directo a la gorrita negra y exploré sus costuras internas... ¡El nido estaba allí!

El problema no era aquello, habían entrado al cerebro con facilidad; el cráneo estaba perforado.

Ahora, la pregunta o acertijo a resolver es:
¿Cómo entraron a mi corazón, hígado y riñones? ¡Parece una locura, pero siento a los "bichos" trabajar desde adentro!

¡El dolor es tremendo, una verdadera agonía!
De los insectos se puede esperar cualquier cosa. Son perfectos. Nada parecido al retardo tecnológico, científico y social que padecemos los humanos en el tercer mundo; sobre todo en Latinoamérica.

Estoy haciendo una denuncia sobre la posibilidad de una transmisión de una enfermedad; y las autoridades, irresponsablemente, están mirando hacia otro lado.

Al parecer ellos cerraron el caso y están jugando con los tiempos. ¡Eso es grave y constituye un delito!

Hay mediocridad en el sistema de salud pública, existe vulnerabilidad; sobre todo para estos casos de hemoparasitosis.

Lo hemos comprobado en varias ocasiones. Todo es funcional al sistema, se procesa lo más fácil.

Pocos son los que por el bien común dedican algo de su tiempo para la creatividad y la investigación.

¡Todavía los médicos y las autoridades están pensando qué hacer con esta porquería que les estoy lanzando! ¡Todavía están pensando que hacer conmigo!

Las alternativas son:
a) Secuestrarme y encerrarme en algún lugar.
b) No curarme y dejarme morir.

La mala noticia para todos, es que no existen medicamentos para remediar esta enfermedad; la buena noticia... me queda pocos días de vida.

¡Pero, cuidado... hay otros zombis en las calles!
¡Antes de mí ya existían! ¿Acaso fuimos nosotros quienes nos inventamos ésta maldición? ¡Por supuesto que no!

Todo es real. Todo es verdad. Lo que hemos expuesto es asombroso, pero coherente. No nos queda tiempo para el dramatismo y la exageración.

Solamente le dimos a lo escrito el enfoque de un "imperdonable" estilo literario; el que siempre nos ha caracterizado.

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